Tener un poco de sobrepeso, unos “kilos de más”, en general no tiene mucha importancia y suele deberse a una combinación imperfecta de dieta y actividad física, y la edad también influye. A medida que cumplimos décadas los mecanismos metabólicos pierden potencia y es más fácil que acumulemos un poco de grasa, y nos cueste cada vez más adelgazar.
Pero cuando el sobrepeso va más allá y se trata de una clara
obesidad, es diferente. No son unos “kilos de más” sino un evidente exceso, que
además es muy resistente a las dietas y el deporte: hagamos lo que hagamos no
conseguimos adelgazar, o recuperamos
lo perdido (o más) en cuanto nos descuidamos.
Cuando ocurre esto, hay un vacío espiritual que tratamos de
llenar o disimular con comida. A menos que arreglemos el problema en nuestra
mente, no habrá forma humana de perder peso de manera duradera. Aunque nuestra
voluntad esté diciendo “pierde peso, come menos”, nuestro inconsciente estará
diciendo “acumula más, protégete con una
capa de grasa”.
Un tratamiento holístico frente a la obesidad constará de un
estudio dietético y de actividad física, pero también de una exploración
psico-emocional que detecte por qué somos obesos, y unas pautas para cambiar
esta condición.
Cuando esto ocurre, cuando la persona realmente hace clic y algo cambia en su interior,
comienza a adelgazar sin esfuerzo, casi como por arte de magia. Si sigue una
dieta o va al gimnasio, lo hará sin esfuerzo. Ya no será un sacrificio porque,
por primera vez, todas las facetas de su mente irán en la misma dirección.
Comer compulsivamente o en exceso es una manera de mantener
controlada la ansiedad, sea cual sea el origen de esta ansiedad. Funciona de la
siguiente manera:
- Por tradición social, comer es una forma de sentirnos bien. Celebramos las cosas con banquetes, nos premiamos con algún bocado sabroso y superamos una ruptura con helado de chocolate. Culturalmente tenemos una clara asociación entre comer y tener buen ánimo.
- A nuestro cerebro reptiliano le gusta comer, siempre. En otros tiempos no comíamos cuando queríamos, sino cuando podíamos. Los resortes de supervivencia más primitivos nos dicen, sin ninguna duda, que comamos. Mucho y siempre que se pueda. Por si acaso.
- Hoy día comemos muy pocas cosas naturales. Desde sustancias “poco naturales” como la harina o el azúcar refinados, a sustancias altamente innaturales como las grasas trans o el aspartamo. Muchas de estas materias tienen la capacidad de actuar como una droga, provocando fuertes e inmediatas reacciones químicas positivas en el cerebro. No sólo nos sentimos bien por asociación cultural, sino que algunos consumibles son capaces de hacernos sentir bien realmente. De manera momentánea, claro, y generando dependencia.
- En algunos casos, el sobrepeso funciona como método de autocastigo, al igual que morderse las uñas. Si nos reprochamos algo con intensidad y creemos que debemos ser castigados, es posible que optemos inconscientemente por degradar nuestra imagen. Hay mucha presión sobre la imagen y la belleza y tener un cuerpo que no encaje en lo que se considera como aceptable, funciona como flagelo.
- A veces comemos porque no sabemos lo que queremos. Neuronalmente, la señal del hambre y la de la sed son tan parecidas que las podemos confundir. Podemos creer que tenemos hambre cuando lo que el cuerpo nos está pidiendo es agua.
- Además, puede que tengamos un déficit. Quizá nos falte vitamina K o manganeso o tal vez metionina. Los intestinos y el cerebro colaboran para hacernos sentir hambre, en un intento de paliar el déficit. En estos casos, si el instinto nos funciona bien tendremos apetencias concretas que serán ricas en aquello que nos falta. Pero si no acertamos o comemos lo que tengamos más a mano, el hambre no terminará de desaparecer. Resulta irónico, pero es mucho más común de lo que pensamos que seamos obesos y, al mismo tiempo, estemos mal nutridos.
- Los estados emocionales exigen tributo. A la ansiedad y la obsesión les gusta el dulce. El picante va bien contra la tristeza y las emociones cronificadas. Si estamos en una época de mucha presión o bajo amenaza, puede nos apetezcan encurtidos, frutos secos y snacks salados.
¿Es tu caso? ¿Recuperas lo que adelgazas? ¿Llegas a un tope
del que no consigues bajar? ¿No consigues adherirte a la dieta o el plan de
ejercicio? Recuerda los pasos a seguir en un tratamiento integral. Mens sana in corpore sano. Detectar y
reformular heridas emocionales. Hacer descender los niveles de ansiedad.
Reeducarnos a la hora de comer (es distinto de hacer dieta). Incrementar
nuestra actividad física en función de nuestras posibilidades personales.
Siguiendo estos pasos con la ayuda de un coach o terapeuta
estaremos en el camino de cambiar. Cambiar nosotros como persona, cambiar
nuestro sentir y nuestro reaccionar. El cuerpo cambiará a continuación en
consonancia. Para llegar a resultados nuevos, tendremos
que hacer lo que nunca hemos hecho.